No es simple volver a escribir, luego de tanto tiempo. La próxima semana se vienen las elecciones en Chile y estoy inscrito. Tengo que votar.
Sé que el tema político está súper manoseado, los medios nos bombardean con las últimas actividades de todos los candidatos, tenemos una franja graciosa, etc...
Descuide, no entraré en esos análisis latosos sobre política, no entraré a detallar como los candidatos se pelean entre sí por su publicidad, estampando denuncias y movilizando a carabineros en sandeces tan pequeñas como sus putos panfletos (que harto mal le hacen al paisaje, y por lo cuál, admiramos la campaña ciudadana de disorder). Tampoco hablaré de la avanzada agenda valórica de algunos.
Hablaré de lo que, para mí, es la esencia de la política y que genera tanta desmotivación. Creo que represento a la mayoría de las personas si digo que la política es una verdadera repartija de naipes. Los sospechosos de siempre se juntan en sucuchos sucios y lóbregos (comandos), a la misma hora de siempre (la hora de las elecciones), toman sus cartas y hacen las apuestas (las encuestas oráculos), el humo de sus cigarros enturbia el ambiente que se torna irrespirable (los medios de comunicación), cuando tienen seguridad de tener una buena mano, empiezan a poner una gran cantidad de fichas, apostando a que serán los ganadores (gastos de las campañas electorales), finalmente el que gana (presidente) acapara todo. Lo ganado lo reparte entre los suyos, y así al que le gusta la economía está asegurado en Hacienda, los ingenieros en construcción para OOPP, la banca para los Shylock, y así sucesivamente. La ganancia de lo apostado se reparte entre los demás villanos.
Citando a Huneeus, ¿qué es la política en Chile? “Plata segura y constante. Dietas parlamentarias, sobornos, sueldos y sobresueldos, puestos para vegetar en la burocracia, jubilaciones y montepíos, limusinas y banquetes, comisiones por ventas de armas, becas, embajadas, apropiación de empresas públicas, viajes, proyectos, asesorías y saqueos de fondos sean para el deporte, los ferrocarriles o los indígenas. Da igual, es plata”.
Como diría Solón, allá por el siglo VII a.c., “nuestro Estado no perecerá por sí mismo, ni por designios de los dioses. Son nuestros propios ciudadanos corrompidos por coimas, es el abuso y arrogancia de nuestros líderes, es nuestro desapego a la justicia, lo que engendra la revolución y toda su ruina y decadencia.”