Foto: José Luis Saavedra, Reuters.
Fueron los 90 segundos más horrorosos que ha vivido Chile en los últimos 50 años (y la noche más angustiante que he vivido). Un remezón infernal azotó y destruyó las costas y el interior del centro sur de nuestro país. Estructuras colapsaron y vidas se apagaron. La naturaleza se manifestó, y con fuerza. Los medios de comunicación nos dan cuenta, a cada instante, de la vasta destrucción que significó esta cruel golpiza de las placas tectónicas. Ahondar en lo que los medios de comunicación nos han relatado en estoica labor, me parece demás.
Foto: Roberto Candia, AP Photos.
Lo que sí quiero expresar es mi malestar con los miserables mercenarios que lucran con una tragedia nacional. Hay pequeños mercenarios: son los que saquean. Si bien, los supermercados y malls son epítomes del consumismo y enajenación humana, nada justifica su saqueo. Sobro todo cuando el saqueo ya no sirve para saciar las necesidades básicas, sino el vil robo incivilizado de plasmas, electrodomésticos, de litros de cerveza, etc. Resulta justificable el saqueo en lugares devastados y desprovistos de víveres.
Foto: Roberto Candia, AP Photos.
Luego, tenemos los medianos mercenarios, sujetos ignorantes que carecen de un mediano concepto de moralidad y juicio, y que buscan la ocasión para aprovecharse. Son aquellos comerciantes que cobran $2.000 por un kilo de pan, cuando éste generalmente bordea los $600 o 700. Aquellos colectiveros que cobran $1.000 o $2.000 para ir desde Curicó a Sagrada Familia, antes $400. Los que aumentan sus tarifas sideralmente.
Foto: José Luis Saavedra, Reuters.
Pero hay un tipo de mercenarios que superan toda consideración de humanidad, mercenarios que se visten de empresarios para saquear de una manera más sigilosa y furtiva el bolsillo del necesitado, mercenarios que no conocen estándares mínimos de humanidad y moralidad, mercenarios que conducen impunemente sus autos lujosos, mercenarios que discriminan escupiendo a los necesitados y prestando el culo para los ricos. Me refiero a los delincuentes que no se escaparon de ninguna cárcel, pues no las conocen. Me refiero a las concesionarias que por un lado asaltan con tarifas desproporcionadas para transitar por “carreteras modernas”, que se desploman con una facilidad asombrosa. Cuántas escenas vimos de paso niveles, puentes y carreteras recientemente inauguradas y que estaban completamente destruidas. En un sector de La Serena, en las Compañías, hay un puente antiguo hecho con clara de huevo y se mantuvo intacto. Otros detestables ladrones – lejos los de peor calaña- son las constructoras. En particular, la constructora Mujica y González, así como la constructora que elaboró el edificio que se derrumbó en Concepción. La primera, es sin duda el niño símbolo de las ratas inmundas e indignas que roban a la gente humilde y complacen, cuáles perras babosas, a la gente que tiene recursos. Todas los edificios que construyó Mujica y González en el sector poniente, tuvieron daños considerables, haciendo inhabitable muchos de ellos. Sin embargo, ninguna de las edificaciones que Mujica y Gonzalez levantó en la pudiente zona oriente, resulto dañada. A los pobres la mierda que los ricos cagan. Mal. Pero la culpa no la tienen completamente las constructoras, pues los permisos los otorgan órganos gubernamentales. Una vergüenza. Una vergüenza que tengan que ocurrir terremotos para que nos demos cuenta de lo precario que somos y de la bajeza humana.
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2 sindicalistas furiosos:
Sin ánimo de defender al comercio, aclro por lo poco que sé, que antes la fisclización de construcciones las hacía el Estado por medio de expertos de Universidades, en el 79 se hizo un cambio donde ya no se necesitaba la intromisión estatal, sino que se confiaba en la ética del arquitecto, por ende, de la empresa. Hoy la fiscalización es de empresas privadas que no se sabe si posee expertos, lo que genera serias dudas sobre aquella ética donde se sostenía este cambio. Sólo una aclaración para que ojalá se cambie esta norma para bien.
Gracias por la aclaración estimado, error mío.
Saludos
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